2. Cómo follaban los griegos
Era en el gimnasio donde el joven aprendía que su cuerpo era parte de una colectividad más amplia llamada la polis, que el cuerpo pertenecía a la ciudad.
No sé si alguna vez os habréis preguntado cómo follaban los griegos. En las relaciones heterosexuales, la mujer yacía «agachada, ofreciendo sus nalgas a un hombre que estaba en pie o de rodillas detrás de ella» y que, a menudo, la penetraba analmente no sólo porque los griegos encontraran en esta práctica sexual una fuente de placer y un método anticonceptivo eficaz, sino porque también expresaba la subordinación femenina ante el hombre en la esfera social. La relación sexual entre varones, no obstante, se producía frecuentemente con ambos miembros de la pareja en pie, evitando la penetración (se ceñían a frotar el pene de uno contra los muslos del otro, o sea, al petting) y escenificando así la completa igualdad entre los amantes, que «mantienen relaciones sexuales como conciudadanos».
Y es que el sexo, como todo lo relativo al cuerpo humano, tiene una estrecha relación con el espacio urbano y el entorno político. Richard Sennet lo explica maravillosamente en su obra Carne y piedra: El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, una historia corporal de las ciudades en Occidente o, quizás, más bien una historia urbana del cuerpo humano. En él, Sennet traza un recorrido por la evolución de la experiencia corporal de los europeos occidentales desde la Atenas de Pericles hasta la Nueva York contemporánea, pasando por la Antigua Roma, el París y la Venecia medievales, la Francia revolucionaria o la Londres victoriana.
En esta historia cabe todo: la forma de andar de los ciudadanos de la Antigua Grecia, los baños públicos romanos, los baños privados (o, más bien, la escasez de los mismos) durante la Edad Media, los olores en las ciudades, la idea de hogar en todos esos periodos históricos, la explicación de que los franceses dibujaran a Marianne con los pechos descubiertos o el desarrollo de los grandes bulevares de París y sus terrazas.
La tesis de Sennet es que el espacio urbano se ha ido modulando, desde hace más de 2.000 años, por la forma en la que sus habitantes experimentan su cuerpo. Por concretarlo con un ejemplo: hasta mediados del siglo XVIII, entre los campesinos franceses, la suciedad impregnada en la piel era considerada algo normal y saludable y los baños frecuentes eran percibidos como algo nocivo para la salud. Durante esta época, sin embargo, las clases medias urbanas tuvieron la fantástica idea de, por primera vez, limpiarse el culo con papel desechable después de cagar. Este cambio en la relación con la suciedad coincidió con una transformación en las ciudades que ha llegado hasta nuestro días: la basura (incluyendo la orina y las heces) empezó a limpiarse de las calles y el pavimento medieval, de adoquines redondeados, se empezó a sustituir por losas cuadradas que encajaban entre sí y no dejaban que la mierda se colase entre ningún hueco. Así, Carne y piedra permite entrever la línea que va desde el primer burgués que utilizó papel higiénico al hecho de que nosotros, a diferencia de los habitantes del París medieval, no tengamos que ir por la calle oliendo hierbas para evitar el hedor de nuestras ciudades.
Carne y piedra es un libro eruditísimo que te sorprende más y más conforme vas avanzando, una lectura deliciosa con la que se aprende muchísimo sobre una gran variedad de temas. Y creo que, si aún no os he convencido para leerlo, ya no podré hacerlo. Por eso, pasemos a otras cuantas recomendaciones:
Qué ver
Hay una película que me obsesiona sin gustarme particularmente. Y lo hace porque me parece la película histórica definitiva, la que logra captar la que creo que es la esencia de la visión de cualquier época pretérita vista desde los ojos contemporáneos: la extrañeza. En el Satiricón de Federico Fellini todo es raro. Los colores, los edificios, la forma de relacionarse de la gente. Si queréis transportaros a alguna de las épocas que Sennet trata en Carne y piedra, es la película ideal. Está en Filmin.
Vale que la ciudad está moldeada por la experiencia corporal de los humanos, pero… ¿y si pudiera hablarse sobre la humanidad (en concreto, sobre su desaparición) en una película en la que sólo salen monumentos yugoslavos y no aparece ningún ser humano? Jóhann Jóhannsson lo hizo poco antes de su temprana muerte. Es, quizás, mi película favorita de 2020. Se llama Last and First Men y está en Filmin.
Qué leer
Si queréis profundizar sobre cómo se vivía en las ciudades de la Antigua Roma, sería una muy buena opción leer Pompeya: Historia y leyenda de una ciudad romana, de Mary Beard. Aquí también se habla de cómo follaban los romanos, claro, porque uno de los edificios más relevantes conservados de Pompeya es el lupanar. Pero Beard también cuenta cómo comían o cómo se divertían en los baños públicos, cómo se relacionaban con sus dioses o cómo se peleaban en el bar. Una genialidad de libro. ¡Y también hay un documental en Filmin protagonizado por la propia Beard!
Si, por otro lado, os interesa más la Edad Media, no pasa nada: tenéis Las ciudades de la Edad Media, de Henri Pirenne, a vuestra completa disposición, un clásico de la historiografía sobre el periodo medieval particularmente útil para comprender la transformación que experimentaron las ciudades romanas tras la caída del imperio romano de occidente. Os voy a contar un secreto: se publicó en 1927. Digo que es un secreto porque, si lo leyerais sin saberlo, sería imposible que os dierais cuenta.
¡Que tengáis un buen inicio de semana! Nos leemos el domingo que viene.