¿Cuál puede ser el número de islas que hay en el mundo?
Creo que más de las que cualquiera de nosotros podría pensar. Por hacernos una idea aproximada, según Wikipedia, Suecia tiene 267.570 islas. Noruega, 239.057. Finlandia, por su parte, otras 178.947. Ahora, desde un punto de vista puramente estadístico, suponiendo que es probable que en todo el mundo nos podamos encontrar con millones de ellas, cabe hacerse una pregunta: ¿cuántas de estas islas serán, por uno u otro motivo, lugares bastante siniestros? Pues seguramente unas cuantas. Hablemos de algunas.
¿Puede un libro que habla de lugares inhóspitos que nadie en su sano juicio desearía visitar ser una obra maravillosa? El Atlas de islas remotas de Judith Schalansky desmuestra que sí. Esta escritora alemana se encontraba hace unos años en la sala cartográfica de la Biblioteca Estatal de Berlín cuando le dio por ponerse a jugar con un enorme globo terráqueo que había en la sala. La visión de miles de pequeños trozos de tierra perdidos en los mares de todo el mundo, separadas por miles de kilómetros de cualquier tipo de civilización, la inspiró para escribir un compendio de cincuenta de ellas en las que, según el ilustrativo subtítulo del libro, nunca estuvo y a las que nunca irá.
La estructura del libro, que tiene una edición tan cuidada que, por sí sola, sirve para explicar por qué los libros electrónicos nunca podrán sustituir al libro en papel, es muy sencilla: las islas se encuentran agrupadas por capítulos con el nombre de cada uno de los océanos de nuestro planeta. En cada par de páginas, hay una con un texto que contiene algunas ideas sugerentes sobre cada uno de estos lugares improbables y, al lado, un mapa del territorio de la isla. En algunos casos, la idea sobre la que versa el texto está relacionada con los aspectos geográficos del lugar del que habla. En otros, no obstante, está vinculada a algún episodio histórico que sucedió allí. En un tercer grupo, Schalansky se limita a hablar de la historia personal de alguien que, en algún momento, tuvo alguna vinculación con una isla en particular. Lo que une todas las historias es, justamente, la pretensión de dejar de lado cualquier intención informativa y poner el mensaje en manos de una visión poética de cada uno de los territorios de los que habla.
En algunas de las islas se puede encontrar poesía ya en el nombre. Mis favoritas son la isla de Soledad (Rusia), la Isla Decepción (Antártida) o la isla Diego García (Reino Unido). En otras, la poesía depende de la pluma de Schalansky. En la isla de Pingelap (Micronesia), pese a la enorme variedad cromática de su fauna y su vegetación, existen muchos lugareños que no pueden apreciar el paisaje: si en España la probabilidad de ser daltónico es de una entre 30.000, allí lo es de una entre 10. En la isla de Santa Helena (Reino Unido), el 15 de octubre de 1840, cuarenta y tres franceses honrados trasladan el sarcófago de Napoleón, cubierto por un paño violeta con abejas bordadas en oro, a la Belle Poule, el barco tintado de negro que transportará el cadáver del emperador de nuevo a casa. En Tikopia (Salomón), las reglas de control del número de habitantes son muy claras: sólo el hijo mayor puede tener descendencia y sus hermanos deberán permanecer solteros durante toda su vida. En Santa Kilda (Reino Unido), por otra parte, no necesitan controlar el número de habitantes porque dos tercios de los recién nacidos mueren entre su séptimo y su noveno día de vida.
Según explica Schalansky en el prólogo, «una vez que resulta posible viajar alrededor de todo el globo terráqueo, solo nos queda un reto: permanecer en casa y descubrirlo desde allí». Es un comentario bastante irónico visto hoy, después de un año de restricciones a la movilidad y suspensiones de vuelos. Por eso, justamente, es un gusto leer este libro precisamente ahora. Porque los sitios que en él se mencionan sólo pueden ser agradables de descubrir desde la comodidad del sofá.
Qué leer
Puestos a hablar de lugares inverosímiles, esta semana he estado leyendo sobre otro de ellos, que es además bastante más agradable que las islas remotas de Schalansky. Yo nací tarde para llegar a conocer Yugoslavia. Quizás por eso es una de mis obsesiones literarias (y vitales). En Bajo el techo que se desmorona, Goran Petrović ofrece el relato de las ambiciones vitales de más de una decena de personajes que, una tarde del mayo de 1980, asisten a la proyección de una película occidental en un cine de la ciudad serbia de Kraljevo cuando la proyección se ve interrumpida por una señora de la limpieza que comunica, entre lágrimas, una noticia trágica: el mariscal Tito ha muerto.
Qué ver
En España también hay islas raras. Una es la isla de Sálvora, en A Coruña, frente a cuya costa, en 1921, se hundió un barco que transportaba a 260 emigrantes hasta Buenos Aires. Tres mujeres cogen un bote y arriesgan sus vidas para salvar a 50 personas, convirtiéndose así en heroínas. Pero un periodista empieza a investigar y sospecha que el barco quizás no se hundió por accidente. Esta es la premisa de La isla de las mentiras, de Paula Cons, que puede verse en Filmin.